The “Weakest Link”, en Español se puede traducir como “El Eslabón más Débil”, es una adaptación del programa de juegos británico del mismo nombre y que se transmitió originalmente por una cadena de televisión nacional en Estados Unidos. Los concursantes compiten para ganar la mayor cantidad de dinero, máximo de un millón de dólares, al jugar un concurso de preguntas, respuestas y eliminación. Al final de cada ronda, los concursantes votarán por quien ellos creen tuvo la peor ronda (aunque los jugadores podían, y algunas veces lo hicieron, votar tácticamente por un jugador contra el que podrían tener una final más difícil de vencer). El jugador con más votos es rechazado y catalogado como el «Eslabón más Débil». El concursante eliminado sale del escenario con una brusca despedida del anfitrión o anfitriona: ¡»Tú eres el eslabón más débil. Adiós.”! Ser eliminado y catalogado como “el eslabón más débil” es una vergüenza. El eslabón más fuerte es recompensado y honrado frente a los demás participantes y los miles de tele-videntes.
En la vida real participamos en el juego del “Eslabón más Débil”. Nos enfrentamos a una serie de interrogantes a la cual debemos responder y si fallamos nos puede llevar a ser catalogados como “el eslabón más débil”. ¿Te ha sucedido? A mí me ha sucedido muchas veces. Hay recuerdos que llegan a mi mente cuando fui declarado “el eslabón más débil” por otras personas y sentí que miles de personas observaban mi vergüenza por haber fallado. En ocasiones yo mismo me declaraba como “el eslabón más débil” rompiendo las reglas del juego.
Las preguntas, expuestas por la anfitriona llamada “Vida”, no dejan de llegar. Vienen en todo tipo de tamaño, diferentes categorías y sin anuncio previo. Puede que sea en tu trabajo, en el hogar, con la familia, una situación económica o de salud. Estas detrás de un “podio”, listo o no, para dar la contestación y demostrar si eres débil o fuerte.
La Biblia nos relata de “eslabones débiles” que fueron utilizados por Dios para llevar a cabo una misión o tarea que parecía imposible y no apta para llevarla a cabo convirtiéndolos en “eslabones fuertes” para la gloria de Dios. Estas historias Bíblicas nos sirven de testimonio y ejemplo de cómo Dios se glorifica en nuestras debilidades. La historia de Gedeón es una de ellas. La encontramos en el interesantísimo libro de Jueces, en el Antiguo Testamento, y en específico los capítulos seis al ocho. Para propósitos de este estudio me estaré refiriendo a los versículos del uno al diez del capítulo 6 de Jueces. El autor del Libro de Jueces, que según la tradición judía se le atribuye a Samuel, comienza la narración de la historia de Gedeón con un cuadro patético de lo que estaba aconteciendo en el pueblo israelita. Una vez más los israelitas hicieron lo malo a los ojos del Señor. Miedo, destrucción, ataques por parte de otras tribus y hambre reinaba en medio del pueblo escogido por Dios. Durante siete años fueron entregados a la opresión de los Madianitas.
¿Quiénes eran estos madianitas? Los Madianitas eran una tribu nómada que habitaba una región del desierto de Arabia, al este del mar Muerto. Eran descendientes de Abraham y una mujer llamada Cetura (Génesis. 25:2, 4). Fueron mercaderes madianitas los que compraron a José y lo llevaron a Egipto (Génesis. 37:28). Jetro, suegro de Moisés, pertenecía a este grupo racial (Ex. 3:1). Madián había sufrido una dura derrota en la época de Moisés (Números 31: 1-18); y el recuerdo de ese desastre, sin duda, encendió su resentimiento contra los israelitas. También eran nómadas los otros dos pueblos opresores mencionados en Jueces capítulo seis. Los amalecitas usualmente se encontraban al sur de Judá y al oriente del río Jordán. “Hijos del oriente” era un nombre general dado a las tribus del desierto que estaban al este de Israel. Estos pueblos invadían a Israel como una manada de lobos feroces y hambrientos cada año en la época de la cosecha. Consumían, robaban y destruían todo lo que hallaban a su paso.
Las invasiones llenaban de temor a los israelitas, a tal grado que algunos dejaban sus casas para vivir en las cuevas de las montañas (6:2). Después de siete años de saqueos (6:1), quedaron en profunda pobreza (6:6). Esta situación desesperante por fin los llevó a clamar a Jehová pidiendo socorro (6:6b). Sin embargo, en vez de un libertador, Dios les envió un profeta (6:7–8). Y éste, a diferencia de la profetisa Débora, no les proveyó un libertador de inmediato. Más bien le predico, les presento el mensaje de Dios. ¿Se pueden imaginar cómo se habrá sentido el pueblo de Israel? Necesitaban un libertador y lo primero que Dios envía es un profeta, un predicador, un evangelista.
La acusación del profeta (6:8–10) no había dado al pueblo mucha esperanza de liberación. Sin embargo, el Altísimo no había abandonado a su pueblo. En medio de toda esta situación, encontramos a Gedeón. Ahora, piensen nuevamente en lo que estaba sucediendo: miedo, destrucción, vandalismo, ataques del enemigo y hambre. Dios envía un profeta con un mensaje de acusación. No es lo que el pueblo esperaba luego de su clamor. Era el momento indicado para que apareciera Batman, Superman, la Mujer Maravilla o cualquiera de los superhéroes. Es entonces cuando entra en escena Gedeón, un agricultor. No lo que pudiéramos esperar de un libertador o líder. Es la persona menos esperada para liberar al pueblo de Israel de la opresión. ¿Sera Gedeón el eslabón más débil?
Esto continua, pica y se extiende…
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Dr. Rafael Gutierrez
Director-Ministerio Padre de Corazón
Foto por Aida L. en Unplash.
Doy gracias a Dios por su ministerio!
Estaremos orando por ustedes!
!Gracias por tus oraciones Armando, son de gran bendición para nuestro ministerio!
Judith