Una de las más añoradas experiencias en mis primeros pasos siguiendo al Señor. ¿Cómo olvidarla? Sábados en la mañana, temprano en la mañana, me unía a un buen amigo y hermano en la fe a desayunar contemplando el mar Atlántico, y compartiendo nuestras experiencias de la semana y lo que aprendíamos de la Biblia. ¿El desayuno? Café, pan y pescado fresco, frito.
Mi amigo vivía frente al mar Atlántico en una villa pesquera de mi pueblo natal; Aguadilla, Puerto Rico. Su papá era pescador de profesión. Cada mañana regresaba a la salida del sol con la pesca del día. A mí me tocaba llevar pan fresco que compraba en una panadería camino a la casa. Recuerdo claramente que para llegar a la casa de mi amigo cruzaba por el cementerio del pueblo y tenía que escalar una pared de cemento que separaba la villa pesquera del cementerio. Al llegar a la casa el aroma de café fresco se mezclaba con el olor a pescado frito. Nos sentábamos a platicar en el balcón o portal de la casa de madera observando la preciosa bahía de mi pueblo. No había teléfonos inteligentes, ni tabletas electrónicas. Nuestra principal distracción consistía en perdernos en la misma creación de Dios. La mamá de mi amigo llegaba con el desayuno: Café, pan y pescado frito temprano en la mañana. Experimentábamos destellos de la gloria de Dios. ¡Claro que sí! ¿No es acaso eso experimentar un desayuno en la presencia del Creador del mar Atlántico y la tierra? Yo espero que sea el desayuno que nos sirvan cuando estemos en el Paraíso.
El evangelio de Juan nos presenta una escena donde el pescado es el plato principal un día temprano en la mañana. ¿Te acuerdas lo que dije sobre la industria de la pesca en aquellos tiempos? El pescado era parte del alimento básico del imperio romano. Escucha lo que dice el discípulo amado en el capítulo 21, versículos 9 al 14:
“Cuando llegaron, encontraron el desayuno preparado para ellos: pescado a la brasa y pan. “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”, dijo Jesús. Así que Simón Pedro subió a la barca y arrastró la red hasta la orilla. Había 153 pescados grandes, y aun así la red no se había roto. “¡Ahora acérquense y desayunen!, dijo Jesús. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: “¿Quién eres? Todos sabían que era el Señor. Entonces Jesús les sirvió el pan y el pescado. Esa fue la tercera vez que se apareció a sus discípulos después de haber resucitado de los muertos.”
Podemos hablar tanto de este pasaje bíblico. Hay tanta riqueza en el mismo que necesitaríamos varias ediciones más de este estudio para por lo menos intentar cubrir todo lo que nos dice Juan en estos seis versículos.
Me encanta como lo expresa la Nueva Traducción Viviente: “Cuando llegaron, encontraron el desayuno preparado para ellos: pescado a la brasa y pan.” El desayuno ya preparado. Escuchen el menú: “pescado a la brasa y pan”. Es como tomado directamente del menú de un restaurante gourmet. Y lo es. El anfitrión, el mesero, el dueño, es Dios mismo hecho hombre. ¿Que faltaba en el desayuno? Podemos decir que el cafecito puertorriqueño, cubano o de Oaxaca-México. Sería un buen complemento y lo es. Pero la realidad es que si Jesús está presente tenemos todo lo que necesitamos.
Okey, volvamos a la escena. Los discípulos estaban disfrutando de un rico desayuno en la presencia misma del Señor que los había llamado a que le siguieran. No hay teléfonos inteligentes, no hay internet. No hay Facebook para enviar mensajes capturando el evento. Nada de Tweeter, Instagram, WhatsApp, Telegram, solo el mar de Galilea, pescado, pan y la presencia misma del Cristo, el hijo del Dios viviente resucitado. Yo quiero estar allí. Aunque me toque una sardinita con un pedacito de pan.
Entonces viene la pregunta a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?” Me imagino la reacción de los otros discípulos. Dejando de comer para escuchar la respuesta de Pedro. “Si, Señor, contesto Pedro, tú sabes que te quiero.”
En otros estudios compartí con ustedes que el idioma griego tiene por lo menos tres palabras o términos para amor: Eros, Fileo y Ágape. Juan, al escribir su evangelio, toma el cuidado de hacer distinción en la conversación de Jesús con Pedro de las palabras fileo y ágape. Fileo describe el cariño afectuoso compartido por amigos, miembros cercanos de la familia. Para los griegos fileo era altamente considerado como profunda conexión emocional entre personas. Ágape, por el contrario, no es asunto de emoción, pero decisión. Es amor incondicional, habla de lealtad. Es el amor que ama a Dios sobre todas las cosas, ama al prójimo como a uno mismo, y ama a los amigos, y los que consideramos enemigos por igual.
Las primeras dos veces Jesús utilizó la palabra ágape al preguntarle a Pedro si le amaba. En la tercera pregunta Jesús utilizó la palabra fileo. Tres veces Pedro utilizó la palabra fileo al contestar la misma pregunta del Señor.
Si, es cierto, podemos hacer referencia del hecho de que Jesús le pregunto tres veces a Pedro si le amaba, con las tres veces que Pedro negó a su Maestro. Pero, aquí viene la curiosidad. ¿Por qué Juan se tomó el cuidado de incluir estas dos palabras, fileo y ágape, al capturar la conversación entre Jesús y Pedro? Anteriormente te mencione que lo más probable estos pescadores del mar de Galilea eran conocedores del idioma griego; idioma de negocios y cultura en aquellos tiempos. Por lo tanto, podemos decir que los que estaban en aquel desayuno entendían la diferencia de ambas palabras.
Yo no estoy de acuerdo con algunos comentaristas bíblicos y/o maestros de la Biblia que pasan por alto esta diferencia, o dicen que no tiene significado. Si el discípulo amado, Juan, tuvo el detalle de incluirlo en su relato entonces debe tener significado.
¿Te unes conmigo a un desayuno con café, pan y pescado a la brasa?
¡Nos vemos en el barrio…un cafecito a la vez!
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Dr. Rafael (Rafy) Gutiérrez
Director – Ministerio Padre de Corazón.
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