Luego de las palabras de mi padre en su lecho de muerte, no me volvió a reconocer. Su vida se iba apagando lentamente según el cáncer avanzaba en su cuerpo. Cada día yo llegaba a su cuarto sabiendo que ya no había la oportunidad de tener la conversación que siempre quise tener con mi padre. No escuche de él las palabras que siempre quise escuchar: “Te amo”, “Estoy muy orgulloso de ti” “Perdóname”.
Un médico nos explicó detalladamente lo que estaba ocurriendo, y lo que estaba por suceder con mi padre. Lo que el médico no detectó fue que aquellas raíces venenosas de amargura estaban ya encontrando lugar en mi corazón. Mi madre, junto a mi padre, había sido y continúo siendo parte de esa raíces de amargura. Este es uno de esos lugares o memorias que no quisiera llegar. Mi relación con mi madre comenzaba a deteriorarse. Mi última conversación con mi madre no fue nada de placentera; no la que espera entre una madre y su hijo. Aún la tengo grabada en mi mente, y me duele al pensar quien estuvo presente para escuchar esa conversación.
Mi madre falleció la mañana del 20 de Mayo del 2014 a sus 79 años de edad. Cuando llegue a Puerto Rico ya la tenían en la funeraria. Allí estaba yo frente a ella. Un torrente de pensamientos y emociones inundaron mi vida. Una vez más me quede esperando por las mismas palabras que esperaba escuchar de mi padre: “Te amo”, “Estoy orgullosa de ti”, “Perdóname”. El director de la funeraria me dio la señal en silencio que ya era hora de llevarla al cementerio. Era el momento de cerrar el ataúd. ¡Pude hablar! Puede expresar que siempre la ame y que la perdonaba. En ese momento sentí que mi cuerpo se desplomaba ante el hecho de que mi relación con mis padres, ahora ausentes, no fue como la que yo esperaba. La amargura encontraba terreno fértil en mi corazón.
Quiero ir concluyendo esta serie con una palabras que nos puedan ayudar a trabajar con el sentimiento de amargura en nuestros corazones. Pero antes, quiero enfatizar que el propósito de esta serie en ningún momento ha sido para acusar a mis padres por sus errores. No es el propósito el “cancelarlos” según lo determina la cultura actual. Al pasar de los años he podido apreciar el porqué del comportamiento de ambos. Ellos “hicieron lo mejor que pudieron” (Hebreos 12:10), aun cuando esperaba lo mejor de ellos tal y como lo esperan nuestros hijos y nietos.
Jaime Mirón, autor del libro La Amargura, el pecado más peligroso, nos dice que “la amargura es uno de los pecados más comunes no solamente en el mundo sino también entre el pueblo cristiano evangélico.”[1]¿Amargura, entre el pueblo cristiano evangélico? ¿Cómo es posible? Tal sentimiento de amargura no debe darse en el pueblo cristiano evangélico. Especialmente cuando se entiende o se espera que desde el momento en que nos sentamos en la banca de la iglesia, escuchamos al pastor predicar, hacemos la oración de salvación, nos bautizamos y nos hacemos miembros de la iglesia, nuestras vidas son totalmente diferente.
Un ferviente feligrés le dijo en cierta ocasión a su pastor: “Siento tanta amargura en mi corazón, pero encuentro algo de excusa en el hecho de que surge por lo que mi padre hizo, por lo que me quito y lo que nunca me dio. Él también vivía en amargura ahora soy totalmente parecido a él.”
“!Ah!”, le dijo el pastor, entonces usted no experimentado el nuevo nacimiento en Cristo como dice el evangelio de Juan.”
“Claro que sí, contesto el ferviente feligrés, hice la oración de conversión, fui bautizado por inmersión, soy miembro de una iglesia cristiana a la cual asisto fielmente”.
“¿Cree usted que Dios le ha dado una nueva vida y que las cosas viejas pasaron como dice la Biblia? Le pregunto el pastor.
“Por supuesto, si la Palabra de Dios así lo dice, no lo puedo dudar.”
“Si es así, le dijo el pastor, ¿Qué clase de vida usted está viviendo cuando decidió seguir a Cristo como su Salvador y Señor? La amargura no tiene lugar en la nueva vida en Cristo.”
La realidad es que casi todos, o todos hemos sido ofendidos, lastimados, hasta llevarnos al punto de la amargura. Hay quienes han podido superar esos sentimientos de amargura dejando la ofensa o heridas en el pasado. Pero hay quienes batallan a diario con esos sentimientos de amargura, incluyendo los fieles feligreses, buscando soluciones que el mundo ofrece para disminuir el dolor, sellar las heridas y encubrir la amargura. ¿Cómo lo hacen? En la próxima edición listaremos algunas formas muy conocidas.
Continuamos con esta serie de mensajes, mientras tanto me gustaría escuchar de ti. Me puedes escribir a: [email protected] o me envías un mensaje de texto a mi WhatsApp: +12145337899.
Copyright 2023
Dr. Rafael (Rafy) Gutierrez
Director/Pastor
Ministerio Padre de Corazón.
www.padredecorazon.org
[1] Mirón, J. La amargura, el pecado más contagioso. Editorial Unilit.