“Domini sumus” El gran reformador Martin Lutero viajaba a pie muy a menudo. En cierta ocasión pidió alojamiento en una rústica casa de campesinos. Sin saber quien era, lo recibieron bien y lo trataron tan bien como pudieron. Al saber quien era rehusaron toda paga, pero le pidieron encarecidamente que se acordara de ellos en sus oraciones y que escribiera con tinta encarnada en la pared alguna inscripción de recuerdo.
Lutero prometió hacerlo y escribió “Domini Sumus.” El campesino le preguntó que significaba aquellas palabras, y Lutero explicó que en correcto latín pueden tener un doble significado, según el contexto de la frase. “Significa, dijo, somos del Señor, pero puede significar también somos señores, lo que es precisamente lo opuesto, aplicándolas en opuesto sentido.” Con gran acierto trato de aunar ambos significados diciéndoles: “Somos del Señor, porque El nos compro por su sangre; pero esto mismo hace que seamos libres por su gracia, y no seamos mas esclavos de Satanás, ni de hombre alguno, sino señores, verdaderamente libres para no servir más al pecado.”
En las palabras de Lutero vemos que como creyentes estamos sujetos al señorío de Jesús pero también eso nos confiere autoridad. Jesús prometió a sus discípulos autoridad; “Sí, les he dado autoridad a ustedes para pisotear serpientes y escorpiones y vencer todo el poder del enemigo; nada les podrá hacer daño.” (Lucas 10:19). Jesús dijo que toda autoridad le había sido dada (Mateo 28:18), e instruyó a sus seguidores para que la usaran. Entonces, ¿por qué, como discípulos de Cristo, experimentamos tan poco autoridad? El centurión en el relato de Mateo 8: 5-13 nos da la clave. “Señor, no merezco que entres bajo mi techo. Pero basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sano. Porque yo mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores, y además tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno: “Ve”, y va, y al otro: “Ven”, y viene. Le digo a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.» (v.8).
Observa bien como el centurión se identifica ante el Señor. Primero, se identifica a sí mismo como un hombre que ante todo está bajo la autoridad de otros. Una vez establece que está bajo la autoridad de otros es que identifica su propia autoridad. Su autoridad u ordenes sobre los demás tiene un requisito previo, su sumisión a una autoridad superior. Los centuriones eran la espina dorsal del ejército romano. Cada legión romana constaba de seis mil hombres divididos en sesenta centurias de cien hombres cada una. Al frente de cada centuria se encontraba un centurión. Estos centuriones, los verdaderos soldados profesionales, veteranos del ejército eran los responsables por la disciplina del regimiento y los que daban cohesión al ejército romano. Tanto en la guerra como en la paz, la moral de las tropas dependía de ellos. Una gran responsabilidad, ¿no crees?
Tomemos, por ejemplo, la autoridad del embajador de una nación. Esta autoridad fluye de su cumplimiento con su gobierno local. La influencia que debe ejercer un vicepresidente parte de su alineación con su presidente. Un empleado está autorizado a realizar sus funciones en interés de su empleador. El ejecutivo en jefe de una empresa esta bajo la autoridad de la junta de directores. Aun el que es dueño de su propio negocio, quien se da alarde de que nadie ejerce autoridad sobre el o ella, esta bajo la autoridad de los clientes.
Dios nos ha concedido autoridad para ejercer nuestro rol como padres. Pero esta autoridad no es para ejercerla de forma dictatorial, autoritativa o machista. Es una autoridad que se somete a Dios. Se somete a la autoridad que ha sido otorgada a Su hijo Jesucristo. El conflicto de ejercer la autoridad correctamente surge cuando le llamamos Señor, pero encontramos difícil su señoría, especialmente en lo que consideramos asuntos triviales. El rol de padre es uno de estos que podemos considerar de menor importancia. Podemos caer en el error que es de menos importancia que nuestro oficio, títulos profesionales e inclusive el ministerio en la iglesia. Pero los asuntos menores hacen una gran diferencia. Nunca subestimes el llamado que Dios te ha dado de ser papá ni mucho menos la autoridad que te ha concedido para llevar bien tu rol.
Examina tu sumisión a la autoridad de Cristo sobre ti. ¿Eres obediente? Incluso en aquellas cosas que consideras que tú, y solo tú, tienes autoridad absoluta, como por ejemplo tu autoridad como esposo y padre. Si no eres obediente, comienza por entender los principios de autoridad. No podemos ser señores si no entendemos que somos del Señor.
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Dr. Rafael Gutierrez
Director Padre de Corazón
www.padredecorazon.org
Fuentes consultadas:
Burt, D. F. ¿Qué Hombre es Éste?
Gran Diccionario Enciclopédico de Anécdotas e Ilustraciones.